ASTEROIDES, GEOLOGÍA SINTÉTICA Y EVOLUCIÓN Se acepta como probable que hace unos 5000 millones de años se formo nuestro sistema solar. Si bien el periodo mínimo transcurrido puede llevarnos aproximadamente a esa fecha, el máximo puede ser más prolongado. Según el modelo ya preconizado por Laplace, nuestra estrella se formo a partir de una nube de gas y polvo discoidal en la que su centro lo ocupo el Sol y los planetas se formaron por las condensaciones secundarias del disco. Naturalmente, las zonas de mayor concentración hicieron acrecer sobre si el resto de la materia del disco, formándose los planetas. La aceptación de modelos basado en el de Laplace no excluye otros posibles de tipo eruptivo, pero mucho menos sencillos. Safronov y otros han planteado el modelo de los planetésimos, planetas menores que acrecerían por efecto gravitatorio sobre las mayores masas hasta constituir los planetas actuales, salvo en determinadas áreas donde subsiste gran abundancia de restos planetesimales, como los cinturones de asteroides. El modelo de Safronov es probable, pero sólo cuando las temperaturas del disco permitían la formación de planetésimos fluidos. Una vez solidíficados, la teoría de los planetésimos no parece posible y de hecho carece de vestigios. Solidificados los planetesimales, constituidos ya en asteroides, sólo podrían acrecer sobre grandes masas, de por si fluidas por el calor del núcleo, sin triturarse más todavía, como se observa en las familias de asteroides provenientes de la dispersión de una masa común. En condiciones de un entorno frío, carece de sentido que los últimos planetesimales ya asteroides, caídos sobre nuestro planeta o la Luna, fueran mayores que los anteriores, cuando en estado sólido los choques de los asteroides siempre dispersan sus masas y no las integran. La respuesta de Safronov y otros es que los últimos grandes impactos deducibles en la Luna fueron mayores y, por tanto, ocasionaron mares en lugar de cráteres. De cualquier forma, para que se formaran cráteres y mares en la Luna y la Tierra, ambos astros ya debían presentar una corteza sólida, por tanto la temperatura del entorno era lo suficientemente baja como para que los asteroides fueran más sólidos aún. En tal caso, los choques mutuos los hubieran triturado más, antes de formar planetésimos mayores. El error de observación inicial, es que los mares lunares no se deben a las mayores intensidades de los últimos impactos, al contrario que en épocas anteriores cuando se formaban sólo cráteres. En realidad, durante la primera fase se formaban cráteres porque la corteza lunar era mucho más delgada y la energía cinética transformada en térmica se dispersaba de forma convectiva a través de un primitivo manto fluido lunar, ahora ya inexistente. Posteriormente, con la Luna mucho más solidificada el calor no escapa por el manto y se expande y funde la corteza formando mares. Este fenómeno también se observa en otros planetas. Por otra parte, en la formación de los mares lunares también influye probablemente la orientación a la Tierra del lugar del impacto. Tal como ha corroborado la sonda Clementine, la Luna presenta una importante forma de pera, con una diferencia de niveles sobre la esfera superior a 10 kilómetros. Como es lógico, el vertice de la pera se dirige en sentido contrario a la Tierra y la base más masiva es la que gravita como una báscula sobre nuestro planeta, por tanto, siempre nos presenta su cara, aunando traslación y rotación. La cara terestre, es decir la base de la pera, sufre deformaciones más intensas por la proximidad de nuestro planeta que calienta más dicho hemisferio, siendo sobretodo al inicio de la evolución lunar mucho más plático que la cara oculta. Si se produce un impacto en dicha área,la mayor acumulación de energía produce mayor fluidez y permanencia del material fundido que se expande mucho más que en la cara oculta, siendo la causa probable de la menor presencia y extensión de mares en la cara oculta de nuestro satélite. Como veremos más adelante, este nuevo planteamiento es trascendente para elaborar una nueva geología dinámica terrestre, basada en la evidente abundancia de grandes impactos que afecta de forma continua a nuestro planeta. Hace unos 3500 millones de años, la Tierra alcanzó la estabilidad meteorítica necesaria para que las formas más simples de la vida pudieran florecer. La Tierra no estaba libre de grandes extinciones, pero debido al mayor intervalo de los grandes impactos de asteroides y a su menor masa causaban extinciones inferiores al 100 por ciento de la biomasa. En las últimas décadas, a raíz del descubrimiento del gran número de asteroides que se aproxima a la Tierra y los inevitables impactos que nuestro planeta sufre, conociendo sus masas y los niveles de energía que transforman, se ha podido establecer que la historia de nuestro planeta es mucho más accidentada de lo que se suponía. Cuando un asteroide alcanza seis o siete kilómetros de diámetro y choca contra nuestro planeta, la energía transformada y difundida por el manto superior sobrepasa 10 E 23 joules. En estas circunstancias, la fuente de calor supera los tradicionales ciclos convectivos geocéntricos. La dispersión de la fuente de calor forma ciclos convectivos irradiados por las capas menos densas superiores del manto, propulsando de forma vertiginosa las placas tectónicas que se dispersan irradiadas desde el lugar del impacto. Tras el impacto, la energía cinética de las placas es muy superior a la actual y la configuración de la superficie terrestre varía mucho más de lo que se ha supuesto hasta ahora. La evolución de la tectónica de placas extrapolada por su actual energía cinética nos ha hecho concebir hasta ahora una geología mucho más estática que la real. Algunos fenómenos como la aparente inversión del campo magnético son producidos por los cambios convectivos del manto superior a raiz de los impactos; más duraderos y extensos cuanto mayor es su intensidad. También, la nueva geología de los impactos justifica la presencia de fósiles en la Antártida,simplemente porque la Antártida al igual que cualquier otro continente no ha permanecido tan estacionada y no estaba en las zonas polares. Por otra parte, los vestigios glaciares observados en áreas muy distantes de los polos indican que la superficie de la Tierra es mucho más inquieta de lo que se suponía... El hecho de que la vida pudiera florecer después de grandes impactos de asteroides indica una gran resistencia o persistencia de las bases biológicas. Por tanto, la vida pudo sintetizarse ya en los inicios de la Tierra. Por otra parte, su alta resistencia a las duras condiciones primarias de la Tierra orienta hacia una alta probabilidad de existencia en los astros que contengan agua líquida en condiciones semejantes a la Tierra. Hace unos 2600 millones de años, probablemente se forman células orgánicas, una estructura capaz de mantener una organización autosuficiente para reproducirse a si misma a partir de ingredientes biológicos más simples. No obstante, los primeros eslabones de la evolución orgánica sufrieron un constante andar y desandar, hasta que el camino orbital de la Tierra fue limpiándose de asteroides. Los posibles periodos evolutivos que puedan haber quedado ocultos entre las grandes catástrofes son difíciles de descifrar. Lo cierto es que durante la era primaria existe ya la estabilidad suficiente para la evolución de especies como los trilobites que pueden calificarse como antecesoras de las especies actuales. Algunas estructuras pluricelulares, primero ocasionales, después perennes, pueden haber sobrevivido a devastadoras extinciones del arcaico. Desde, hace unos 1000 millones de años, subsiste la especialización celular y la formación de tejidos. Radiolarios y espongiarios son grupos de especies que soportaron los impactos algonquienses. Pero no es hasta el cámbrico cuando florece la diversidad de muchas especies que aún hoy día subsisten. La especialización celular conlleva una mejor gestión en el trabajo orgánico y un más alto rendimiento a expensas de una mayor dependencia intercelular y, por tanto, de la limitación de la capacidad de regeneración. Aparecen los cordados Un sistema nervioso centralizado proporciona una inmediata capacidad de respuesta del organismo ante los ataques depredadores, pero a expensas de la especialización celular y la consecuente pérdida de capacidad de regeneración. De cualquier forma, un sistema nervioso centralizado originará la evolución del cerebro. Los anfibios ocupan la Tierra Una pequeña fracción de la biomasa ocupa las orillas de los mares, un territorio hostil fuera del agua biológica, pero libre de depredadores. La vida en forma de organismos anfibios y más tarde reptiles, avanzará, primero en incursiones en las orillas de los bajos fondos marinos de una Tierra con pocos relieves de la era secundaria y, posteriormente, se adentrará en los continentes, cuando el metabolismo sea suficiente. Durante prolongados periodos la superficie de nuestro planeta ha quedado en reposo tectónico casi absoluto. La sedimentación ha hecho que el volumen de aguas continentales fuera inmenso, además de formar taludes muy extensos. En tas circunstancias, la hidrosfera y la litosfera se mezclan mucho más. La vida encuentra entonces áreas mucho más extensas para desarrollarse. Reptiles Los cambios térmicos fuera de la biológica agua son mucho más intensos, el aumento del metabolismo y otros recursos calóricos es fundamental para mantener la temperatura del cuerpo en condiciones aceptables. El hostil oxígeno para las formas más primarias de vida, se convierte el principal aliado de un metabolismo más activo ya que proporciona, como comburente, una combustión mucho más intensa en la “fábrica de la vida”. Los grandes reptiles del triásico y, sobretodo, del jurásico viven, en los extensos taludes marinos y lacustres de la suave superficie terrestre, donde un gran volumen de las aguas son continentales y con un fondo medio de pocos metros. Es evidente, que de no haber sucedido el último plegamiento terciario la Tierra tendría otra fisonomía. En un estado de reposo tectónico y de mayor temperatura media el volumen de aguas continentales es muy superior y sobretodo la extensión. El mayor tamaño de un organismo es un recurso natural de subsistencia. Implica mayor capacidad de defensa a expensas de una mayor lentitud en el ataque o la simple movilidad. En las actuales condiciones geológicas y biológicas, los elefantes tienen el tamaño suficiente para poder ignorar a los leones. O los mamuts lo tuvieron para soportar a los tigres. Una masa desmesurada no plantea ventajas fuera del agua. En la era secundaria los taludes continentales son extensísimos. La abundancia de biomasa en los taludes hace que se desarrolle una importante pirámide biológica, ahora sólo residual. Las aguas continentales abundantes y muy poco caudalosas se extienden desdibujando los límites de la propia costa. La vida siempre ha estado vinculada al agua y salvo en condiciones anómalas no se ha alejado de ella. Debemos entender que los grandes saurios podían vivir en esa orografía y no en la actual. Terápsidos y mamíferos La defensa del frío faculta a la supervivencia en zonas inhóspitas, pero libres de depredadores. Un metabolismo más alto, pelo y plumas con mayor capacidad de aislamiento térmico y el mantenimiento de las crías en el protegido seno materno, crearán nuevas formas de vida más resistentes al frío, pero también más voraces. HACE 65 MILLONES DE AÑOS SOBREVINO LA ULTIMA GRAN EXTINCIÓN Con mayor probabilidad que un cometa, un asteroide de un diámetro entre cinco y ocho kilómetros, semejante a otros que actualmente se aproximan “peligrosamente” a nuestro planeta como: Apolo, Touttatis, Phaeton, etc, impactó con nuestro planeta, al igual que lo habían hecho otros muchos, pero menores, desde el anterior gran impacto del Pérmico. Probablemente no se trate del cráter del golfo de México. Es evidente que los grandes impactos proporcionan intensas fuentes energía al manto superficial, cuando son superiores a 10 E 22 joules causan, además, profundas transformaciones geológicas. En estas circunstancias, es inevitable que los ciclos convectivos del manto terrestre iniciados normalmente en el núcleo sean sustituidos por los ciclos superficiales producidos por la fuente térmica del lugar del impacto. En estas circunstancias, las placas continentales sufren una fuerte aceleración irradiada desde el lugar del impacto, lo que provocará, además, un nuevo plegamiento cortical. La irradiación terciaria apuntaría a un gran impacto en el centro del Pacífico. La energía cinética de las placas en los primeros millones de años es muy intensa. Podían transformar niveles de energía superiores a 10 E 21 juoles, suficientes para formar en sólo miles de años altas cordilleras. Con el inicio del terciario se forman las actuales grandes cordilleras, cuando las placas se ocluyen con un centro geométrico de irradiación situado en el centro del Pacífico. En estos primeros periodos las placas se desplazan a velocidades decenas de veces superiores a la actual y transforman hasta miles de veces más energía en los movimientos sísmicos. No son extraños sismos de nivel 11 a 12 en la escala Richter. La dispersión de la energía de un gran impacto sucede de forma convectiva, alejándose del centro por el manto superior, al ser mucho más fluido, y retornando el ciclo convectivo por el interior a causa del vacío producido por la gigantesca dorsal focalizada en el impacto. La situación probable de la dorsal inicial sería el centro del área Pacifico-Indico y cabe la posibilidad de que Australia fuera producida por la actividad de la dorsal, precisamente por la ausencia de grandes cordilleras, si bien este punto parece impreciso. De lo que no cabe duda, es de las claras consecuencias de los balances de energía tras un impacto del orden de 10 E 23 joules por un asteroide de sólo seis kilómetrso de diámetro.Hechos que son física y estadísticamente incuestionables, ya que la presencia de los muchos astros que los causan y se aproximan a la Tierra persiste y su caída es sólo cuestión de tiempo. Si tenemos la causa evidente y sus inevitables efectos: ¿Porqué anclarnos con desfasadas conjeturas...? Con sólo una décima parte de dicha energía: 10 E 22 joules, dispersada por el manto, se incrementa miles de veces los actuales niveles energéticos del manto, justificando sobradamente los incrementos de energía necesarios para formar el último plegamiento cortical terciario que afecta a todo el planeta. Por otra parte, no ha existido nunca una hipótesis digna, basada en la observación que pueda justificar el origen geocéntrico de tales anómalos incrementos de energía. Ni tampoco hay modelos astrodinámicos de causas gravitatorias externas que vayan más allá de meras conjeturas. Cuando un astro rocoso de más de cuatro o cinco kilómetros de diámetro choca con un planeta como Mercurio, Marte o la Luna; al no poder dispersarse la energía cinética transformada en calor por el flujo convectivo a través de un manto fluido no muy profundo, como el terrestre, ya que estos planetas mas pequeños están mucho más solidificados; gran parte de la fuente de calor se irradia hacia el espacio y el resto funde buena parte de la superficie del planeta, ocasionando mares de placa. En la Tierra, los impactos de semejante magnitud se “refrigeran” en buena parte a través del manto, pero el efecto inmediato es un fuerte incremento de su temperatura que alcanza a todo el planeta y cuyas consecuencias termodinámicas afectan, por tanto, de forma global a toda La Tierra, incluida su estructura geológica. No es fácil en estas circunstancias, que hace 65 millones de años se formase un simple cráter por el impacto de un asteroide de cinco kilómetros de diámetro. La gran placa del Pacífico, la más joven, es el producto del gran impacto. Según su grosor, las otras placas fueron violentamente desplazadas o incluso se formaron otras nuevas en las dorsales, por el fuerte incremento de la temperatura del manto. Todavía hoy, no han llegado a un equilibrio dinámico absoluto, si bien, los actuales niveles de energía de la dinámica de placas son incomparablemente inferiores. Existen multitud de pruebas, no sólo geológicas, como la presencia circunpacífica de vestigios comunes de las mismas especies de organismos, difíciles de justificar por otras teorías, o la presencia de dinosaurios en la Antartida, simplemente porque la Antártida hace 70 millones de años no estaba en el Polo Sur. En sólo 65 millones de años, los continentes cambiaron de silueta y lugar de forma muy violenta, hasta alcanzar la situación y orografía actual. Todavía, el cinturón de fuego del Pacífico libera más del 90 por ciento de la actividad volcánica de origen tectónico. Incluso las formaciones como los Alpes, Sistema Ibérico o los Pirineos son estructuras irradiadas del centro del Pacífico. De cualquier forma, la vida de las especies supervivientes se transformó y marco el inicio de la expansión de los roedores. Libres de depredadores invadieron la superficie terrestre. Pasando de alimentarse de las raíces, grano o poco más que sobrevivió a la gran extinción, a formar una propia pirámide de mamíferos sometidos a una fuerte selección darán lugar a las especies actuales. Equipo Ciencia Alternativa Sintética, C. de Torres -------------------------------------------------------------------- Ésta y otra información producida por SADEYA en: -----> www.sadeya.org <----- Sociedad Astronómica de España y América --------------------------------------------------------------------